Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión.

El 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, y llegó a ser el más famoso párroco de su siglo. Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

El 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes; un pueblo lleno de cantinas y de bailaderos. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars, para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia, se propuso: rezar mucho, sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. Por las noches él pasaba muchas horas rezando por ellos. En sus sermones enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su rabia al ver cuántas almas le quitaba este curita tan sencillo.

Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad. Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.