El ser humano se encuentra continuamente ante situaciones de inseguridad, de violen-cia.de incertidumbre, que suscitan en él variados interrogantes y muchas veces lo empu-jan a buscar soluciones desesperadas. Se le hace insoportable vivir sin esperanza. Las soluciones puramente humanas, normalmente no alcanzan a responder a todas las an-gustias del corazón humano.
Los Santos, y entre ellos María Crescencia, no escapan a esta condición, pero, en el Evangelio de Jesús, encuentran certezas fundamentales a las cuales se aferran en todo momento. Saben que Dios es omnipotente y que es para nosotros el Padre Misericordio-so "que nunca abandona a sus hijos" como dice María Crescencia en una de sus cartas.
Los Santos viven la misma experiencia de todo ser humano, pero su mirada de fe es tan grande, que continuamente logran superar los momentos duros y los interrogantes del futuro; ellos viven intensamente el presente, y resuelven sus problemas, desde una acti-tud filial, que implica absoluta certeza del Amor infinito del Padre; se sienten seguros que son amados y depositan en El una confianza tan grande, que les ayuda a superar las dificultades de la vida por duras que parezcan.
Nada escapa a la voluntad de Dios. Nuestro Padre del cielo, todo lo resolverá de la mejor manera para nosotros: "los pájaros del cielo y los lirios del campo son alimentados y cui-dados por el Padre"; cuánto más, dice Jesús, seremos cuidados por El nosotros, aunque a veces Dios se haga esperar en sus respuestas. El Señor siempre llega a tiempo aun-que se haga esperar; esa espera es el momento de la confianza, de la oración, del aban-dono incondicional en manos de Dios a quien le confiamos todo por mediación de María, nuestra Madre del cielo, que vivió y nos enseñó el camino de la confianza.
María Crescencia muy amante de la Virgen y hermana espiritual muy querida de Santa Teresita, la santa del abandono y la confianza; hizo de su vida un canto a la confianza en Dios.
En medio de sus sufrimientos, experimentó la fortaleza de Dios, y descubrió por expe-riencia que siempre, el poder de la Gracia, es más grande que el peso de la tribulación y eso la hizo experta en la confianza. Asumió como obediencia a Dios, con humildad, pa-ciencia y enorme confianza, toda situación capaz de desbordarla humanamente, pero incapaz de superar la fuerza con que Dios se manifestaba en ella, y que María Crescen-cia vivía con profunda fe. Podemos afirmar que todo lo resolvió con una actitud de con-fianza filial en Dios.
El desprendimiento de sus seres queridos, las tribulaciones propias de su enfermedad, las limitaciones a las que se sintió sometida, el dolor y la soledad, la lejanía de su patria… todo lo resolvió con una renovada y creciente confianza de Dios, en cuyas manos de Pa-dre, fue entregando día tras día su vida, con el único objetivo de hacer su voluntad, re-nunciando a la propia; ella sabía que de este modo nunca se equivocaría.
Solamente confiaba en el proyecto de Dios y no en soluciones puramente humanas; Dios le demostró que estaba en el camino seguro, llevándola por el camino de la confianza a la santidad. (…)1