10 de octubre
Jornada Mundial de las Misiones
“No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch. 4,20)
Aquí, un extracto del mensaje:
La historia de la evangelización comienza con
una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con cada persona,
allí donde se encuentra, un diálogo de amistad (cf. Jn 15,12-17).
Con Jesús hemos visto, oído y palpado que las
cosas pueden ser diferentes. Él inauguró, ya para hoy, los tiempos por venir
recordándonos una característica esencial de nuestro ser humanos, tantas veces
olvidada: «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor»
(Carta enc. Fratelli tutti, 68).
En este tiempo de pandemia, ante la tentación
de enmascarar y justificar la indiferencia y la apatía en nombre del sano
distanciamiento social, urge la misión de la compasión capaz
de hacer de la necesaria distancia un lugar de encuentro, de cuidado y de
promoción. «Lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), la misericordia
con la que hemos sido tratados, se transforma en el punto de referencia y de
credibilidad que nos permite recuperar la pasión compartida por crear «una
comunidad de pertenencia y solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y
bienes» (Carta enc. Fratelli tutti, 36). En el contexto actual urgen misioneros
de esperanza que, ungidos por el Señor, sean capaces de recordar proféticamente
que nadie se salva por sí solo.
Todo lo que hemos recibido, todo lo que el
Señor nos ha ido concediendo, nos lo ha regalado para que lo pongamos en juego
y se lo regalemos gratuitamente a los demás.
…animarnos a compartir con todos un destino de
esperanza, esa nota indiscutible que nace de sabernos acompañados por el Señor.
Los cristianos no podemos reservar al Señor para nosotros mismos: la misión
evangelizadora de la Iglesia expresa su implicación total y pública en la
transformación del mundo y en la custodia de la creación.
El lema de la Jornada Mundial de las Misiones
de este año, «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20),
es una invitación a cada uno de nosotros a “hacernos cargo” y dar a conocer
aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la
identidad de la Iglesia: «Ella existe para evangelizar» (S. Pablo VI, Exhort.
ap. Evangelii nuntiandi, 14). Nuestra vida de fe se debilita, pierde
profecía y capacidad de asombro y gratitud en el aislamiento personal o
encerrándose en pequeños grupos; por su propia dinámica exige una creciente
apertura capaz de llegar y abrazar a todos.
En la Jornada Mundial de las Misiones,
recordamos agradecidamente a todas esas personas que, con su testimonio de
vida, nos ayudan a renovar nuestro compromiso bautismal de ser apóstoles
generosos y alegres del Evangelio.
Contemplar su testimonio misionero nos anima a
ser valientes y a pedir con insistencia «al dueño que envíe trabajadores para
su cosecha» (Lc 10,2), porque somos conscientes de que la vocación
a la misión no es algo del pasado o un recuerdo romántico de otros tiempos.
Hoy, Jesús necesita corazones que sean capaces de vivir su vocación como una
verdadera historia de amor, que les haga salir a las periferias del mundo y
convertirse en mensajeros e instrumentos de compasión. Y es un llamado que Él
nos hace a todos, aunque no de la misma manera. Recordemos que hay periferias
que están cerca de nosotros, en el centro de una ciudad, o en la propia
familia. También hay un aspecto de la apertura universal del amor que no es
geográfico sino existencial. Siempre, pero especialmente en estos tiempos de
pandemia es importante ampliar la capacidad cotidiana de ensanchar nuestros
círculos, de llegar a aquellos que espontáneamente no los sentiríamos parte de
“mi mundo de intereses”, aunque estén cerca nuestro (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 97). Vivir la misión es aventurarse a
desarrollar los mismos sentimientos de Cristo Jesús y creer con Él que quien
está a mi lado es también mi hermano y mi hermana. Que su amor de compasión
despierte también nuestro corazón y nos vuelva a todos discípulos misioneros. Que
María, la primera discípula misionera, haga crecer en todos los bautizados el
deseo de ser sal y luz en nuestras tierras (cf. Mt 5,13-14).