OBRA DE MISERICORDIA SUGERIDA PARA DEL MES DE JUNIO:
DAR DE COMER AL HAMBRIENTO
“Danos, Señor, nuestro pan de cada día
y danos también la alegría de compartirlo con quien está necesitado.
Danos, Señor, hambre y sed de justicia, para construir
una Patria de hermanos y que no falte el pan
en ninguna mesa de nuestro pueblo peregrino. Amén.”
“…los pobres son los privilegiados de la misericordia divina.” MV 15
“La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu” (Papa Francisco Mensaje de Cuaresma 2016).
Entre las obras de misericordia aparece una bastante sensible: “Dar de comer al hambriento”. Más allá de nuestra fe religiosa, en el presente año, somos conscientes de la necesidad de ejercitarnos siempre en ésta y todas las demás obras de misericordia, corporales y espirituales. Practicar la caridad con el hermano se convierte para todo creyente en una necesidad, puesto que dice la Sagrada Escritura: Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia (St 2, 13).
“Sabemos” cuáles son las obras de misericordia.“Sabemos” que existe este dramático problema en mu-chos lugares del mundo. “Sabemos”…, pero ahora se trata de “despertar”. No tanto de saber, sino de “despertar” (Papa Francisco)
“Invito a todos ustedes a dedicar un lugar especial, en sus corazones, para esta emergencia, que es respetar el derecho otorgado por Dios a todos de tener acceso a alimentos adecuados, a compartir lo que tenemos, en cari-dad cristiana, con aquellos que tienen que hacer frente a muchos obstáculos, para satisfacer esa necesidad bási-ca” (Papa Francisco)
¿Qué escuchamos de Jesús?
“Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer.” (Mt 25,35)
“¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana sin el alimento necesario, les dice: «Vayan en paz y co-man», y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta.” Santiago 2,14-17
“Este es el ayuno que yo amo –oráculo del Señor–: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yu-go, … compartir tu pan con el hambriento…” (Isaías 58, 6-7)
La Palabra de Dios, en el libro de Isaías, irrumpe con esta frase que no puede pasar desapercibida para ninguna persona.
“Compartir tu pan con el hambriento” es una expresión que tiene que ver con lo humano, con lo sen-sible, con todo aquello que nos hace persona.
“El verdadero amor es concreto, se centra en los hechos y no en las palabras; en el dar y no en la bús-queda de beneficios.” (Papa Francisco)
El “Catecismo de la Iglesia Católica”, al comentar la petición del pan que hacemos en el Padrenuestro, afirma: “El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad, a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf. Lc 16,19 31) y del juicio final (cf. Mt 25,31 46)”.
“Dar de comer al hambriento” no es simplemente pasarle algo de comida para calmar el hambre, o esperar un reconocimiento por lo que estoy haciendo.
“Dar de comer al hambriento” es, ante todo, sentirse hermano de quien padece una situación de injus-ticia y desigualdad. No le estoy regalando nada, estamos compartiendo lo que por derecho nos corres-ponde a todos. Y estoy recibiendo todo lo de humanidad que mi hermano, que está viviendo una situa-ción tan indigna, tiene para ofrecerme; porque el gesto de compartir el pan, si es hecho sincera y amoro-samente, puede resultar sanador para todos, además de ser una bendición: “Vengan, benditos de mi Padre… porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer” (Mt 25,34-35).
No hace falta tener mucho, o vivir en la abundancia, para dar de comer al hermano. Tampoco se reduce a darle de comer y seguir la vida tranquilamente. Hace falta comprometer la vida en la lucha para que nadie pase por esa situación. Sólo así podremos decir con el profeta Isaías: “Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor” (Is. 58,8).
Para realizar esta obra de misericordia, no siempre tendremos que darle de comer a otros, sino que hay una forma más alta, que también conviene practicar, y es ‘el ayuno’. Porque cuando ayunamos, ya sea de un postre apetitoso, de una comida o ‘a pan y agua’, sabemos, por la fe que alguien, en otro lugar, estará recibiendo ayuda. Y además, con lo que ahorramos con ese sacrificio en el comer, podemos com-prar alimentos para dar a los pobres y hambrientos. Por eso el ayuno y las privaciones son tan fructífe-ros. Tenemos estas formas de dar de comer a los hambrientos. No dejemos de practicarlas para que Dios nos dé su Alimento a nuestra hambre de Él.
Preguntémonos ¿Qué sacrificaré hoy para que otra persona tenga algo para comer?
Dar de comer no es solamente regalar un plato de comida, sino también la entrega de ti mismo, para que otro que no lo tiene tan fácil, pueda alimentarse hoy. Si solo fuera un simple "dar algo de comer", sería muy fácil y sería un compromiso pasajero. Pero cuando esto nos involucra en nuestra realidad cotidiana y nos exige el desprendimiento de nosotros mismos, allí está el verdadero reto.
Jesús no solamente se preocupo por el alimento espiritual de quienes le seguía, también les dio alimento material y hoy también nos dice a nosotros, como en el milagro de la multiplicación de los panes, frente al hambre de los hermanos "DENLES USTEDES DE COMER" (Lc. 9, 13).
El Evangelio es claro: Dios premia y bendice a quienes socorren al hambriento. “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer (…) Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer (…)?» Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,34-40).
Tú y yo somos los llamados por Dios para extender la mano. No basta con una oración, no basta con un texto bíblico. Dios se ocupa de tus necesidades, dentro de tus posibilidades (que son muchas) ocúpate de las necesidades de los verdaderamente necesitados.
Harás algo hoy? Esta es una obra de misericordia que está al alcance de casi todos. Basta a veces un pequeño sacrificio, dejar de lado la propia comodidad, abrir los ojos y el corazón para sentir la necesi-dad de tantos hermanos nuestros, y acudir con sencillez y ternura para socorrerlos en una de sus necesi-dades básicas: la de la comida diaria.
Jesús se identifica con aquél que pasa hambre y nos dice que el Reino de su Padre está abierto a aque-llos que se conmueven y dan de comer al hambriento. Y es que la misericordia es eso, sentir las mise-rias del otro y como consecuencia de esa compasión ayudarlo y auxiliarlo. El Señor va más allá y Él mismo se hace pan para darse a una humanidad necesitada de todo tipo de panes.
Hay que compartir el pan -¡hay tantas hambres!-. Pero no basta. Hay que hacerse pan y pan partido, como hizo nuestro Señor Jesucristo. El pan es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor.
Que las MISERIAS del mundo hagan que, tu corazón, sea siempre sensible. Que nunca pronuncies aquello de: “Yo no puedo hacer nada por lo que queda lejos”. Tu oración, tal vez, sea un modo de llegar hasta esos volcanes de injusticias.
No hace falta ver las noticias o leer los periódicos para darnos cuenta lo que acontece a nuestro alrede-dor, basta con “VER y OÍR” y mejor aún “ESCUCHAR”
En el Evangelio, Jesús hace referencia, en diferentes ocasiones, a estas actitudes:
"Dichosos sus ojos porque ven. Porque otros, viendo, no ven; oyendo, no oyen” (Mt 13,13)
Estas dos actitudes de ‘ver y escuchar’ son necesarias para ser sensibles a las necesidades de los que tenemos alrededor. Hoy, ante las miserias de nuestro mundo hace falta no sólo “oír con los oídos” sino “oír con los ojos y ver con el corazón”, así como Jesús lo hacía.
TEXTOS GIANELLINOS
“En invierno se distribuía la sopa dos veces por semana, y en verano dos veces el pan, no se despedía nunca, aun los demás días de la semana, a los pobres con las manos vacías”1
“Recuerdo que una vigilia de Navidad, de noche fui con unos seminaristas al Obispado a dar los sa-ludos, y Monseñor Gianelli, terminaba entonces la distribución de la ayuda a los pobres…”2
“Por razones de nuestra profesión de costureras, venían a nuestra tienda muchas mujeres, algunas pobres, que decían, haber recibido de él (de Gianelli) sábanas o frazadas, así como lona, para que multiplicaran los camastros para impedir que los niños durmieran juntos, y otras decían haber sido ayudadas con dinero…En la puerta del Obispado, hacía distribuir en ciertos días la harina, en otros la sopa. En conclusión hacía grandes limosnas”3
“Sé que hacía mucha caridad con los pobres también en tiempos calamitosos, mis abuelos, viejos y enfermos y con una hija muda, vivían continuamente de los auxilios del Santo Obispo, de modo que lloraron amargamente su muerte”4
“Un día mi padre me llevó desde Coli a Bobbio, y recibimos del Obispo siete Marías, monedas que valían diecisiete dineros cada una, con lo cual mi padre pudo comprar alimento para una familia nu-merosa. Una señora que llamaban la Saccona, iba dos veces por semana al Obispado para recibir regularmente alguna ayuda que le permitía llevar adelante a su familia”5
“Sé que a menudo la escalera del obispado estaba llena de pobres a los cuales le daba limosnas. Tam-bién yo dos veces fui al obispado a buscar una vez arroz y otra vez dinero”6
“En los años 1816-1817 Liguria fue castigada por la carestía, él se acordó sobre todo de su pequeña y pobre Cereta… Don Antonio, por medio de las Señoras de la Misericordia, enviaba socorros, que su padre Santiago hacía trasladar por los mozos de mula; y la casa donde había nacido pobremente nues-tro Sacerdote se transformó en un centro benéfico, incluso para la pobre gente de los alrededores”7
Que en este mes de junio, nos ejercitemos en esta dinámica: “Oír con los Ojos y Ver con el corazón” para poder ver desde los ojos de Jesús y al mismo tiempo, cultivar un corazón MISERICORDIOSO.
Señor, que nos confiaste los frutos de la creación
para que cuidáramos la tierra y nos nutriéramos de tu generosidad.
Nos enviaste a tu Hijo para compartir con nosotros su vida,
su propia carne y sangre y a enseñarnos tu mandamiento de Amor.
A través de su muerte y resurrección
nos has formado en una sola familia humana.
Venimos ante ti, conscientes de nuestros errores y fracasos,
pero llenos de esperanza, a compartir el alimento
con todos los miembros de esta familia mundial.
A través de tu sabiduría, te pedimos que inspires
a los líderes de los gobiernos y a los empresarios,
así como a todos los ciudadanos del mundo,
a encontrar soluciones de caridad para finalizar la hambruna mundial
y asegurar el derecho de todo ser humano al alimento.
Así oramos, para que en el momento de presentarnos ante Ti,
podamos escuchar de tus labios:
“Vengan benditos de mi Padre,
porque tuve hambre y me dieron de comer” Amén
CELEBRACIÓN
“Vengan, benditos de mi Padre”
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Oración inicial
Señor Jesús, puesto en tu presencia te pido humildemente que me ayudes a disponer mi mente y cora-zón para convertirme más a Ti y, progresar así, tanto en el conocimiento como en la vivencia de tu pa-labra de vida. Amén.
(Hago en silencio un breve examen de conciencia).
Señor, reconozco que soy un pecador y he faltado contra Ti.
Te pido perdón y me acojo a tu misericordia. Ayúdame a confiar en tu corazón benévolo que siempre perdona a quien en verdad se arrepiente.
Ayúdame a renovarme en la lucha por alcanzar la santidad.
Lectura Mateo: Mateo 25,31-46
Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo
Reflexión:
Venid, vosotros que habéis amado a los pobres y a los extranjeros. Venid, vosotros que habéis permane-cido fieles a mi amor, porque yo soy el amor. Venid, vosotros los pacíficos porque yo soy la paz. Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros.
No habéis rendido homenaje a la riqueza sino que habéis dado limosna a los pobres. Habéis sostenido a los huérfanos, ayudado a las viudas, habéis dado de beber a los que tenían sed y de comer a los que tenían hambre. Habéis acogido a los extranjeros, vestido al que estaba desnudo, habéis visitado al enfermo, consolado a los pre-sos, acompañado a los ciegos. Habéis guardado intacto el sello de la fe y os habéis reunido con la comunidad en las iglesias. Habéis escuchado mis Escrituras deseando mi Palabra. Habéis observado mi ley día y noche y habéis participado en mis sufrimientos como soldados valientes para encontrar gracia ante mí, vuestro rey del cielo. “Ve-nid, tomad en posesión el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.” He aquí que mi reino está preparado y mi cielo está abierto. He aquí que mi inmortalidad se manifiesta en toda su belleza. Venid todos, recibid en herencia el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
(Haz silencio en tu interior y pregúntate:)
¿Qué me dice el evangelio que he leído? ¿Cómo ilumina mi vida?
¿Qué tengo que cambiar para ser más como Jesús? ¿Qué me falta para ser más como Él?
Acción de gracias y peticiones personales
Señor Jesús, te agradezco por esta oración. Te pido que me conviertas a Ti, Señor mío, para que pueda verte en los que sufren y están necesitados de tu amor. No dejes que mi corazón sea indiferente ante el hermano en necesidad, para que cuando llegue el momento del juicio, tu puedas decirme “Ven bendito de mi Padre y recibe la herencia del Reino”. Amén
Reza un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria…
Consagración a María. Pidámosle a María que nos acompañe siempre:
Santa María, Madre del Señor Jesús y nuestra,
obtennos la presencia vivificante del Espíritu,
y la gracia de andar siempre por los caminos de Dios.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.