jueves, 1 de octubre de 2015


MES DE OCTUBRE - MES DEL ROSARIO-

MARÍA DEL ROSARIO

 

“Ustedes oren así”

Mt 6,9

 

            Quiero indicarles algo que es inconveniente en nuestras prácticas religiosas: el abandono. Los fieles, con frecuencia desconocen o ignoran el origen, la naturaleza y el mérito de las prácticas que hacemos, y de las que se nutre nuestra devoción. De aquí nace aquella fría indiferencia, aquellos modos superficiales, que tan frecuentemente se advierten en las oraciones y en las sagradas funciones; de aquí deriva aquel escaso recogimiento con que se recita el Santo Rosario de María, del que celebramos hoy la fiesta.

 

Viendo la devoción que demuestran viniendo aquí junto al altar de María, debería sacar como conclusión que ustedes tienen más fe, y que recitan el Rosario en sus familias con el mismo fervor.

Pero como la devoción que tenemos en la Iglesia, con frecuencia es diversa de la que expresamos en familia, permítanme que me preocupe de reavivarla. Les hablaré, pues, del Rosario, de las partes que lo componen y de sus efectos,  y comprenderán que esa práctica es santa, y maravillosas son las ventajas que podemos obtener.

Espero que se enamoren más, aquellos que ya lo recitan y que comiencen a estimarlo aquellos que todavía no lo aprecian. Sería hermoso para ustedes y para mí. Préstenme su cortés y devota atención y así serán exhortados a practicarlo  y a hacer de el, su oración más habitual, siguiendo las palabras de Jesús: “Ustedes oren así”

 

¿De qué cosa no es capaz una persona animada por el deseo de glorificar a Dios y confortada por la confianza en María?

Vence todo obstáculo, supera toda dificultad y, donde es necesario, Dios mismo le ayuda y provee al buen resultado de las obras que realiza. Contemplen a S. Domingo que tanto hizo, dijo y sufrió por Dios. Véanlo en Tolosa, afrontando uno de los monstruos más horribles que sabe vomitar el infierno: la herejía de los albigenses. Estos, alterando la doctrina católica, predicaban errores impíos, arruinando y pervirtiendo las sanas costumbres de los cristianos. En Francia, en Italia incitaban a la rebelión, a la impiedad, a la mentira.  

 

Cuánto sufrió Santo Domingo! Para extirpar esta herejía, no se ahorró fatigas, dificultades, recibiendo insultos e incurriendo en peligros. Hecho fuerte y audaz por el riesgo mismo y por la necesidad, afrontaba estos demonios, con disputas fervientes, con animadas predicaciones, con férvidas oraciones, con ayunos, penitencias públicas y privadas y también con los milagros. Pero eran tantos los tentáculos de esta herejía que, cuantos más se le cortaban, otros tantos brotaban. Los seguidores de los albigenses eran tantos que Domingo, con dificultad lograba resistir a esta fuerza brutal, que buscaba destruir las Verdades Divinas. Era como un ancho río, alimentado con las lluvias caídas y la nieve derretida, que se desborda: inútilmente se trata de ponerle obstáculos para frenar el aluvión, cuando ya rompió las barreras e inundó la llanura.

¿Será entregada la Iglesia al monstruo de la herejía? Dios protege a sus siervos; no los abandona. A veces permite que el riesgo aumente para que aparezca  más bello y necesario el socorro y para que sea dado el premio a una fe robusta, constante, vigorosa.

 

Pero está escrito en el cielo que la victoria sobre un enemigo tan grande, está reservada a María,  Ella, la primera entre todos los hombres en vencer el infierno. Ella sola debe tener la gloria de todas las conquistas y de la derrota de  las herejías.

Domingo recurre a María, pone en Ella su más grande esperanza y le reza con una fe ardiente. María le da, no sólo una ayuda para aquella situación, sino que le ofrece un arma eficaz para todas las dificultades, fatal para todos los enemigos. De esta arma podrán servirse todos los fieles contra el demonio, para luchar contra el pecado y para ganar el paraíso.

María se le apareció, nimbada de gloria, de esplendor y su rostro sonriente hizo nacer en el corazón de Domingo, sentimientos de confianza: él sabe que la Virgen le ofrecerá el arma hasta entonces desconocida: la corona del Rosario, de salvación y de vida.

 

Tú, aseguras la victoria sobre los enemigos, das aquella paz gloriosa, que no sabrán dar jamás las armas terrenas. Sé bienvenida, para convertir a los hombres, que aún no satisfechos de las propias miserias y de los males que los rodean, se consagran aún más para su propia destrucción.

A este punto, casi  me parece escuchar como  María revela la sabiduría de la corona del Rosario, cuáles y cuántos misterios había elegido y como los había distribuido y puesto en relación entre ellos y cuán grata es a Dios esta oración. María le revela a S. Domingo cuan grato es a su corazón el ofrecimiento de coronas de rosas, con cuáles gracias sabría recompensar, cuales inmensas ayudas le vendrán al mundo y cuánta gloria tendría en el cielo.

La misma Virgen María llamó Rosario, a la corona de rosas, e hizo tantas promesas a quien practica este ejercicio de piedad.

Cuando María volvió al cielo, Domingo se sintió encendido de santo fuego y revigorizado con esta arma de oración, empezó a luchar con nuevo ardor, contra el monstruo de la herejía, que comenzó a ceder hasta su derrota definitiva.

 

A este punto me sea lícito decir: aunque no tuviese en sí otra cosa que ser una  santa oración, aunque no hubiese obrado prodigios, solamente porque esta oración nos viene del cielo, de las manos de María, merece toda nuestra devota veneración. ¿Qué cosa nos puede venir del cielo que no sea santo, bueno y perfecto? Si es bueno, santo y perfecto lo que nos viene dado a través de los ángeles, a través de vías misteriosas, cuánto más lo que nos viene dado a través de María!

 

¿Qué cosa recomienda María, no sólo a S. Domingo para vencer la herejía que amenazaba a la Iglesia, pero también en otros momentos de peligro para la misma Iglesia?

(…)

Reflexionando sobre cuanto dije ¿quedará todavía alguien que  mire a tal devoción con frialdad e indiferencia?  Los exhorto pues, a practicarla con gran fervor: “Ustedes oren así”

 Pero como nuestro siglo está dominado por  la incredulidad, por lo que se quiere todo demostrado, digo que no es mi intención ahora razonar sobre la veracidad de las apariciones, ni sobre las personas que propusieron el Rosario. Aunque si el Rosario fuera sólo una feliz intuición y no una revelación, ¿sería por esto, menos estimado por las personas verdaderamente pías? Si es cierto que una devoción tiene más o menos valor, en la medida en que se acerca a la fe y en proporción a las ventajas que se obtienen, yo digo que el Rosario tiene en sí, bellezas innatas y espirituales, es santo y precioso para todos los fieles.

 

El Rosario es una serie de invocaciones con que honramos a Dios y a María; un enunciado de los misterios de nuestra salvación. En efecto, en él encontramos oraciones que están presentes en el Evangelio y que son recitadas por la Iglesia, también en la sagrada liturgia. ¿Qué oración más bella que aquella que nos enseñó Jesús, y con la cual nos recomendó dirigirnos con frecuencia a su Padre? ¿Qué oración es más apta para saludar a María, Madre de Dios, llena de gracia, bendita entre las mujeres, que aquella que contiene las expresiones usadas por el ángel Gabriel y por Isabel? María misma declara que es siempre de su agrado. Los agregados hechos por los fieles, entre un misterio y otro, ¿no son un obsequio a la Trinidad y a María?

 

El Rosario ya tiene en sí, una intrínseca belleza, pero se hace más atrayente con el canto devoto que se intercala entre los misterios y que, no es una distracción, sino que  ayuda a superar toda monotonía y hace más viva la oración.

 

Con frecuencia las doctrinas y las verdades se corrompen con el pasar del tiempo, y es necesario atribuir a la providencia, si el Rosario no conoció alteraciones o deformaciones a través de los siglos, porque goza de la incorruptibilidad del Evangelio. Aún en su simplicidad, es rezado por doctos y por ignorantes, en público y en privado y en tantas lenguas.

 

El Rosario es un conjunto de misterios propuestos a nuestra meditación, para profundizar las verdades eternas y llevar al hombre a pregustarlas. Es un compendio fácil de la historia de la salvación, y de las glorias de María; es una síntesis de la fe católica. Sirve al ignorante para entender, al rudo para nutrir sentimientos de conmoción y a quien ya tiene una fe viva, para meditar y contemplar. Yo no estoy diciendo que todos sabrán gustarlo sin alguna ayuda e instrucción, pero esto no es de rigurosa necesidad: basta escuchar una oración para conmoverse, para elevar a Dios un sentimiento. Si después hubiese alguien frio de corazón, con solo oír anunciar los misterios de nuestra salvación, sería instruido casi sin quererlo: este es el motivo por el que María le pidió a S. Domingo, que lo divulgó con fervor y con empeño.

El Rosario es un conjunto de oración vocal y mental, que contiene sí un remedio universal para todos los tiempos, lugares, edades y condiciones; es un escudo impenetrable contra el error, un antídoto contra la tibieza y el vicio.

 

Sé que hay personas que lo rezan con impaciencia y lo escuchan con fastidio. Las bebidas ¿tal vez dejan de ser gustosas, si son rechazadas por quien está enfermo? ¿Era, acaso, menos bueno el maná en el desierto, porque algunos no querían recogerlo y gustarlo? Como en el maná, así en el Rosario, tenemos todos aquellos sabores del espíritu que cada uno puede gustar.

Como en un jardín real, uno puede deleitarse de muy diversos modos: quien se restaura en una gruta fresca y ensombrecida, quien se deleita entre las flores, quien contempla el brotar el agua de las fuetes, quien observa las grandes decoraciones, quien observando las pequeñas cosas, quien se sacia  admirando la armonía del todo, así en el Rosario, cada uno encuentra su alimento, el placer, la alegría.

En compañía de la Virgen se contemplan los misterios de Dios, que para salvar al hombre, toma cuerpo mortal, vive en el sufrimiento y en el rechazo, en el camino del Getsemaní, de Jerusalén, del Calvario. Recitando el Ave María se contempla a  Jesús  traicionado, flagelado, coronado de espinas, condenado a muerte, crucificado. 

 

En los misterios gloriosos se goza pensando en Cristo vencedor de la muerte y del infierno, que sube al cielo en triunfo, después de haber santificado el mundo entero con el don del Espíritu y con la predicación de los Apóstoles. Finalmente, se contempla a María que es llevada al cielo y coronada de gloria, por encima de toda otra creatura.

Cuántos bellos sentimientos de ternura, de amor, de arrepentimiento pueden nacer en las almas sensibles, que meditan tales misterios! Se pueden sentir e imaginar, pero no expresar! Se requiere, de verdad, muy  poco para comprender que el Rosario es santo, porque es el conjunto de las oraciones más simples y bellas y de los misterios fundamentales de nuestra fe. Recítenlo, pues con el empeño que conviene a su santidad: “Ustedes oren así”

Santo Domingo, apenas se vio provisto del arma del Rosario, y confirmado por aquello que María le había dicho, corrió a enseñarlo a todos, como si no tuviese ya nada que temer de aquellos que sostenían la herejía. Proveyó a todos de este escudo, enseñó a usarlo y confortó a todos con esta arma.

¿Quién no se habrá burlado de él al verlo adiestrar así a los cristianos para la lucha, ante tal enemigo?  Ellos pueden haber pensado que aquel remedio los habría llevado más bien al martirio. Y así sucedió al inicio: la herejía generalizada, se consideraba patrona del campo, ya alzaba el pie para aplastar a la Iglesia.

 

Como en el Valle del Terebinto, el filisteo se burlaba de David, que lo venció con su sencilla honda, así golpeada por la fuerza divina, cayó la herejía.

Apenas los fieles comenzaron a manejar esta honda divina, quiero decir a practicar con devoción el Rosario, cesó el ímpetu y la fuerza de la herejía que, como golpeada por rayos, cayó y murió. Yo no quiero decir que toda la victoria es de atribuir sólo al Rosario, pero que al aparecer este, la herejía se frenó, perdió fuerza y, poco a poco, terminó. Pereció combatida con esta arma de paz, mientras que contra las armas sangrientas y poderosas, no sólo había resistido, sino que se había vigorizado, haciéndose cada vez más fuerte.

 

El Rosario no sólo venció, sino que hizo volver a Cristo y a la Iglesia, a aquellos que se habían alejado. Más de cien mil herejes, cayeron a los pies de S. Domingo, confundidos y arrepentidos, besando la corona, por mérito de la cual se declaraban vencidos.

¿Quién pudo contar el número de arrepentidos, y las gracias que obtuvieron de María, cuando Domingo, como nuevo Josué, alrededor  de Jericó, iba por los campos y por las ciudades, enseñando el Rosario y venciendo los corazones más endurecidos?

¿Quién conocerá los favores obrados por María en tantos siglos y en tantos lugares donde se dice el Rosario?

 

Quiero solamente  hacer una referencia a aquel acontecimiento que está en los orígenes de la fiesta que hoy celebramos: cuando los turcos amenazaban, con grandes fuerzas militares a las milicias cristianas, en las playas de Lepanto, ya parecían vencedores sobre Italia, sobre Europa y sobre toda la Iglesia. Se vio entonces, al nuevo Moisés, que extendiendo los brazos orantes hacia el cielo y, rezando el Rosario invitó a los cristianos a  hacer otro tanto: cayeron las banderas musulmanas y las espadas que debían derramar la sangre cristiana.   Los efectos del Rosario son maravillosos y sorprendentes.

 

¿Quién, en este día no exulta por aquella victoria de María y por el arma que quiso donar a sus hijos? ¿No  son también ustedes parte de esta santa milicia de María, cualquiera sea  su edad y la condición en que se encuentran? ¿Son acaso pocos los favores que nos vienen donados a través de la oración del Rosario?

 

Yo me admiro pensando en los grandes tesoros que acumulará en el cielo aquel que reza el Rosario y pienso también en las grandes ventajas que tendrán las almas del purgatorio.

Feliz aquel hombre que conoce el Rosario, lo estima y lo practica porque son demasiado maravillosos los efectos que produce: feliz el hombre que me escucha y está velando a mi  puerta.

Devotos de María, miren las decenas del Rosario, es de allí de donde parten los más bellos favores de María, velen de noche a sus puertas; escuchen cuanto ella les dice sobre el Rosario: feliz el hombre que me escucha y está velando a mi  puerta.

 

Acojan de la mano de María esta corona celeste, ciñan con ella su cabeza, el cuello los brazos, es muy grande, puede merecer nuestra estima y veneración y sepan que María la trajo desde el cielo. Contiene las oraciones, las enseñanzas de nuestra religión, por eso es santa para merecer nuestra veneración; admirables son los efectos que produce, practíquenla: “Ustedes oren así”

 

Recítenla en público y en privado, en casa y en la Iglesia, solos o en compañía: “Ustedes oren así”

Ustedes padres de familia, reúnan a sus hijos y que no pase un día sin rezar el Rosario, santificando sus casas, sus trabajos, sus personas: “Ustedes oren así”

 

Avergonzarse del Rosario sería la misma cosa que avergonzarse de Dios y de María, descuidarlo significaría tirar un medio eficaz para su santificación y la de los demás.  Úsenlo, úsenlo bien todos: “Ustedes oren así”[2]



[1] Discurso pronunciado en La Spezia en 1820

[2] GIANELLI, A.M. María del Rosario, Predicas sobre María y sobre los Santos, p. 95




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