MARÍA DEL ROSARIO
“Ustedes oren así”
Mt 6,9
Quiero indicarles algo que es inconveniente
en nuestras prácticas religiosas: el abandono. Los fieles, con frecuencia
desconocen o ignoran el origen, la naturaleza y el mérito de las prácticas que
hacemos, y de las que se nutre nuestra devoción. De aquí nace aquella fría
indiferencia, aquellos modos superficiales, que tan frecuentemente se advierten
en las oraciones y en las sagradas funciones; de aquí deriva aquel escaso
recogimiento con que se recita el Santo Rosario de María, del que celebramos
hoy la fiesta.
Viendo la devoción que demuestran
viniendo aquí junto al altar de María, debería sacar como conclusión que
ustedes tienen más fe, y que recitan el Rosario en sus familias con el mismo
fervor.
Pero como la devoción que tenemos
en
Espero que se enamoren más,
aquellos que ya lo recitan y que comiencen a estimarlo aquellos que todavía no
lo aprecian. Sería hermoso para ustedes y para mí. Préstenme su cortés y devota
atención y así serán exhortados a practicarlo
y a hacer de el, su oración más habitual, siguiendo las palabras de
Jesús: “Ustedes oren así”
¿De qué cosa no es capaz una
persona animada por el deseo de glorificar a Dios y confortada por la confianza
en María?
Vence todo obstáculo, supera toda
dificultad y, donde es necesario, Dios mismo le ayuda y provee al buen
resultado de las obras que realiza. Contemplen a S. Domingo que tanto hizo,
dijo y sufrió por Dios. Véanlo en Tolosa, afrontando uno de los monstruos más
horribles que sabe vomitar el infierno: la herejía de los albigenses. Estos,
alterando la doctrina católica, predicaban errores impíos, arruinando y
pervirtiendo las sanas costumbres de los cristianos. En Francia, en Italia
incitaban a la rebelión, a la impiedad, a la mentira.
Cuánto sufrió Santo Domingo! Para
extirpar esta herejía, no se ahorró fatigas, dificultades, recibiendo insultos
e incurriendo en peligros. Hecho fuerte y audaz por el riesgo mismo y por la necesidad,
afrontaba estos demonios, con disputas fervientes, con animadas predicaciones,
con férvidas oraciones, con ayunos, penitencias públicas y privadas y también
con los milagros. Pero eran tantos los tentáculos de esta herejía que, cuantos
más se le cortaban, otros tantos brotaban. Los seguidores de los albigenses
eran tantos que Domingo, con dificultad lograba resistir a esta fuerza brutal,
que buscaba destruir las Verdades Divinas. Era como un ancho río, alimentado
con las lluvias caídas y la nieve derretida, que se desborda: inútilmente se
trata de ponerle obstáculos para frenar el aluvión, cuando ya rompió las
barreras e inundó la llanura.
¿Será entregada
Pero está escrito en el cielo que
la victoria sobre un enemigo tan grande, está reservada a María, Ella, la primera entre todos los hombres en
vencer el infierno. Ella sola debe tener la gloria de todas las conquistas y de
la derrota de las herejías.
Domingo recurre a María, pone en
Ella su más grande esperanza y le reza con una fe ardiente. María le da, no
sólo una ayuda para aquella situación, sino que le ofrece un arma eficaz para
todas las dificultades, fatal para todos los enemigos. De esta arma podrán
servirse todos los fieles contra el demonio, para luchar contra el pecado y
para ganar el paraíso.
María se le apareció, nimbada de
gloria, de esplendor y su rostro sonriente hizo nacer en el corazón de Domingo,
sentimientos de confianza: él sabe que
Tú,
aseguras la victoria sobre los enemigos, das aquella paz gloriosa, que no
sabrán dar jamás las armas terrenas. Sé bienvenida, para convertir a los
hombres, que aún no satisfechos de las propias miserias y de los males que los
rodean, se consagran aún más para su propia destrucción.
A este punto, casi me parece escuchar como María revela la sabiduría de la corona del
Rosario, cuáles y cuántos misterios había elegido y como los había distribuido
y puesto en relación entre ellos y cuán grata es a Dios esta oración. María le
revela a S. Domingo cuan grato es a su corazón el ofrecimiento de coronas de
rosas, con cuáles gracias sabría recompensar, cuales inmensas ayudas le vendrán
al mundo y cuánta gloria tendría en el cielo.
La misma Virgen María llamó
Rosario, a la corona de rosas, e hizo tantas promesas a quien practica este
ejercicio de piedad.
Cuando María volvió al cielo,
Domingo se sintió encendido de santo fuego y revigorizado con esta arma de
oración, empezó a luchar con nuevo ardor, contra el monstruo de la herejía, que
comenzó a ceder hasta su derrota definitiva.
A este punto me sea lícito decir:
aunque no tuviese en sí otra cosa que ser una
santa oración, aunque no hubiese obrado prodigios, solamente porque esta
oración nos viene del cielo, de las manos de María, merece toda nuestra devota
veneración. ¿Qué cosa nos puede venir del cielo que no sea santo, bueno y
perfecto? Si es bueno, santo y perfecto lo que nos viene dado a través de los
ángeles, a través de vías misteriosas, cuánto más lo que nos viene dado a
través de María!
¿Qué cosa recomienda María, no
sólo a S. Domingo para vencer la herejía que amenazaba a
(…)
Reflexionando sobre cuanto dije
¿quedará todavía alguien que mire a tal
devoción con frialdad e indiferencia? Los
exhorto pues, a practicarla con gran fervor: “Ustedes oren así”
Pero como nuestro siglo está dominado por la incredulidad, por lo que se quiere todo
demostrado, digo que no es mi intención ahora razonar sobre la veracidad de las
apariciones, ni sobre las personas que propusieron el Rosario. Aunque si el
Rosario fuera sólo una feliz intuición y no una revelación, ¿sería por esto,
menos estimado por las personas verdaderamente pías? Si es cierto que una
devoción tiene más o menos valor, en la medida en que se acerca a la fe y en
proporción a las ventajas que se obtienen, yo digo que el Rosario tiene en sí,
bellezas innatas y espirituales, es santo y precioso para todos los fieles.
El Rosario es una serie de
invocaciones con que honramos a Dios y a María; un enunciado de los misterios
de nuestra salvación. En efecto, en él encontramos oraciones que están
presentes en el Evangelio y que son recitadas por
El Rosario ya tiene en sí, una
intrínseca belleza, pero se hace más atrayente con el canto devoto que se
intercala entre los misterios y que, no es una distracción, sino que ayuda a superar toda monotonía y hace más
viva la oración.
Con frecuencia las doctrinas y
las verdades se corrompen con el pasar del tiempo, y es necesario atribuir a la
providencia, si el Rosario no conoció alteraciones o deformaciones a través de
los siglos, porque goza de la incorruptibilidad del Evangelio. Aún en su
simplicidad, es rezado por doctos y por ignorantes, en público y en privado y
en tantas lenguas.
El Rosario es un conjunto de
misterios propuestos a nuestra meditación, para profundizar las verdades
eternas y llevar al hombre a pregustarlas. Es un compendio fácil de la historia
de la salvación, y de las glorias de María; es una síntesis de la fe católica.
Sirve al ignorante para entender, al rudo para nutrir sentimientos de conmoción
y a quien ya tiene una fe viva, para meditar y contemplar. Yo no estoy diciendo
que todos sabrán gustarlo sin alguna ayuda e instrucción, pero esto no es de
rigurosa necesidad: basta escuchar una oración para conmoverse, para elevar a
Dios un sentimiento. Si después hubiese alguien frio de corazón, con solo oír
anunciar los misterios de nuestra salvación, sería instruido casi sin quererlo:
este es el motivo por el que María le pidió a S. Domingo, que lo divulgó con
fervor y con empeño.
El Rosario es un conjunto de oración
vocal y mental, que contiene sí un remedio universal para todos los tiempos,
lugares, edades y condiciones; es un escudo impenetrable contra el error, un
antídoto contra la tibieza y el vicio.
Sé que hay personas que lo rezan
con impaciencia y lo escuchan con fastidio. Las bebidas ¿tal vez dejan de ser
gustosas, si son rechazadas por quien está enfermo? ¿Era, acaso, menos bueno el
maná en el desierto, porque algunos no querían recogerlo y gustarlo? Como en el
maná, así en el Rosario, tenemos todos aquellos sabores del espíritu que cada
uno puede gustar.
Como en un jardín real, uno puede
deleitarse de muy diversos modos: quien se restaura en una gruta fresca y
ensombrecida, quien se deleita entre las flores, quien contempla el brotar el
agua de las fuetes, quien observa las grandes decoraciones, quien observando
las pequeñas cosas, quien se sacia
admirando la armonía del todo, así en el Rosario, cada uno encuentra su
alimento, el placer, la alegría.
En compañía de
En los misterios gloriosos se
goza pensando en Cristo vencedor de la muerte y del infierno, que sube al cielo
en triunfo, después de haber santificado el mundo entero con el don del
Espíritu y con la predicación de los Apóstoles. Finalmente, se contempla a
María que es llevada al cielo y coronada de gloria, por encima de toda otra
creatura.
Cuántos bellos sentimientos de
ternura, de amor, de arrepentimiento pueden nacer en las almas sensibles, que
meditan tales misterios! Se pueden sentir e imaginar, pero no expresar! Se
requiere, de verdad, muy poco para
comprender que el Rosario es santo, porque es el conjunto de las oraciones más simples
y bellas y de los misterios fundamentales de nuestra fe. Recítenlo, pues con el
empeño que conviene a su santidad: “Ustedes oren así”
Santo Domingo, apenas se vio
provisto del arma del Rosario, y confirmado por aquello que María le había
dicho, corrió a enseñarlo a todos, como si no tuviese ya nada que temer de
aquellos que sostenían la herejía. Proveyó a todos de este escudo, enseñó a usarlo
y confortó a todos con esta arma.
¿Quién no se habrá burlado de él
al verlo adiestrar así a los cristianos para la lucha, ante tal enemigo? Ellos pueden haber pensado que aquel remedio
los habría llevado más bien al martirio. Y así sucedió al inicio: la herejía
generalizada, se consideraba patrona del campo, ya alzaba el pie para aplastar
a
Como en el Valle del Terebinto,
el filisteo se burlaba de David, que lo venció con su sencilla honda, así
golpeada por la fuerza divina, cayó la herejía.
Apenas los fieles comenzaron a
manejar esta honda divina, quiero decir a practicar con devoción el Rosario, cesó
el ímpetu y la fuerza de la herejía que, como golpeada por rayos, cayó y murió.
Yo no quiero decir que toda la victoria es de atribuir sólo al Rosario, pero
que al aparecer este, la herejía se frenó, perdió fuerza y, poco a poco,
terminó. Pereció combatida con esta arma de paz, mientras que contra las armas
sangrientas y poderosas, no sólo había resistido, sino que se había vigorizado,
haciéndose cada vez más fuerte.
El Rosario no sólo venció, sino
que hizo volver a Cristo y a
¿Quién pudo contar el número de
arrepentidos, y las gracias que obtuvieron de María, cuando Domingo, como nuevo
Josué, alrededor de Jericó, iba por los
campos y por las ciudades, enseñando el Rosario y venciendo los corazones más
endurecidos?
¿Quién conocerá los favores
obrados por María en tantos siglos y en tantos lugares donde se dice el
Rosario?
Quiero solamente hacer una referencia a aquel acontecimiento
que está en los orígenes de la fiesta que hoy celebramos: cuando los turcos
amenazaban, con grandes fuerzas militares a las milicias cristianas, en las
playas de Lepanto, ya parecían vencedores sobre Italia, sobre Europa y sobre
toda
¿Quién, en este día no exulta por
aquella victoria de María y por el arma que quiso donar a sus hijos? ¿No son también ustedes parte de esta santa
milicia de María, cualquiera sea su edad
y la condición en que se encuentran? ¿Son acaso pocos los favores que nos vienen
donados a través de la oración del Rosario?
Yo me admiro pensando en los
grandes tesoros que acumulará en el cielo aquel que reza el Rosario y pienso
también en las grandes ventajas que tendrán las almas del purgatorio.
Feliz aquel hombre que conoce el
Rosario, lo estima y lo practica porque son demasiado maravillosos los efectos
que produce: feliz el
hombre que me escucha y está velando a mi
puerta.
Devotos de María, miren las
decenas del Rosario, es de allí de donde parten los más bellos favores de
María, velen de noche a sus puertas; escuchen cuanto ella les dice sobre el
Rosario: feliz el hombre que
me escucha y está velando a mi puerta.
Acojan de la mano de María esta
corona celeste, ciñan con ella su cabeza, el cuello los brazos, es muy grande,
puede merecer nuestra estima y veneración y sepan que María la trajo desde el
cielo. Contiene las oraciones, las enseñanzas de nuestra religión, por eso es
santa para merecer nuestra veneración; admirables son los efectos que produce,
practíquenla: “Ustedes oren así”
Recítenla en público y en
privado, en casa y en
Ustedes padres de familia, reúnan
a sus hijos y que no pase un día sin rezar el Rosario, santificando sus casas,
sus trabajos, sus personas: “Ustedes oren así”
Avergonzarse del Rosario sería la
misma cosa que avergonzarse de Dios y de María, descuidarlo significaría tirar
un medio eficaz para su santificación y la de los demás. Úsenlo, úsenlo bien todos: “Ustedes oren así”[2]
[1] Discurso pronunciado en
[2] GIANELLI, A.M. María del Rosario,
Predicas sobre María y sobre los Santos, p. 95