Lunes, Martes y Miércoles de la Semana
Santa
Desde el lunes hasta el miércoles santo el Prefacio I de la Pasión del Señor, cuyo tema central es la fuerza de la cruz, propone lo específico de la Pasión cuando explica: “Porque mediante la pasión salvadora de tu Hijo el mundo entero ha comprendido la manera como debía alabar a tu majestad, ya que en la fuerza inefable de la cruz se manifestó el juicio del mundo y el poder del Crucificado”.
La cruz, así como la pasión, es una realidad ante la cual quedamos sin palabras. Por ello la liturgia la presenta como inefable, pues mostrar la majestad del Salvador y alabarla en lo oprobioso de una muerte en cruz, sigue siendo la manifestación de la misericordia del Padre. Lo que celebramos es un amor que llega al límite, pero sólo en este límite de amor se entiende el texto del prefacio: “Mediante la pasión salvadora de tu Hijo el mundo entero ha comprendido la manera como debía alabar a tu majestad”. Evidentemente nos alejamos de las claves mundanas de interpretación y esto hace del misterio mismo algo inefable.
En
estos días de la Semana Santa anteriores al Triduo Pascual, las celebraciones
de la misa adquieren un acentuado clima de intimidad, ya sea en las primeras
lecturas - con la proclamación de los tres poemas del Siervo, imagen de Cristo
sufriente, tomados del profeta Isaías- o en las lecturas evangélicas que
recuerdan comidas de Jesús al atardecer: en casa de Lázaro (lunes), y en la
última cena (martes y miércoles).
LUNES SANTO. 21 de marzo
Jn 12, 1-11. Muchos judíos creían en
Jesús.
En este Lunes Santo, la comunidad
cristiana, que se prepara a celebrar la Pascua, puede contemplarse en el espejo
de la familia de Betania. Lázaro se ha convertido en un signo vivo y atrayente
del poder salvador de Jesús. Muchos judíos se alejan de los jefes de los sacerdotes
y hacen profesión pública de fe. Marta se muestra como ama de casa en el
banquete que ofreció a Jesús para agradecerle que resucitara a su hermano; mujer
de fe, comprometida en el servicio a los demás, dinámica, generosa y
hospitalaria, se honra con la amistad y confianza de Jesús. María, la hermana
menor, callada y observadora, se pone a los pies de Jesús, que es la postura
característica del discípulo.
Lázaro,
Marta y María, la familia que acoge a Jesús, son imagen de la Iglesia en la
variedad de sus vocaciones. Coinciden, sin embargo en que gozan de la intimidad
del Señor, festejan su presencia y su acción salvadora con una comida de acción
de gracias y actualizan su muerte y proclaman su resurrección ungiéndole para
la sepultura y llenando la casa con el buen olor de la vida.
Los fieles diversifican la acción
comunitaria: unos, como Lázaro, son testigos vivientes del poder de Jesús:
comparten con Él en situaciones difíciles el riesgo de muerte; por su causa
asumen la hostilidad de los poderosos y atraen a muchos a la fe. Otros, como
Marta, cumplen con fidelidad y diligencia las responsabilidades en la casa
común; con hechos y también con palabras (“Sí, Señor, yo creo”), proclaman la
fe. Otros, como María, escogen la mejor parte y hacen de Cristo el objeto
exclusivo de sus vidas.
En
contraste con estas actitudes, en esta y en las lecturas de los dos días
siguientes, aparecen las de Judas, egoísta , calculador, hipócrita y traidor.
MARTES SANTO. 22 de marzo
Jn 13, 21-33. 36-38. A donde yo voy no
me puedes seguir ahora.
El
Evangelio de hoy prevé una doble traición a Jesús con diferente desenlace: la
traición de Judas y la de Pedro.
Ayer
el evangelista Juan nos informaba que Judas fue el protagonista de la protesta
formulada en casa de Lázaro por lo que consideró un despilfarro de María en la
unción de Jesús. Dio un juicio muy negativo sobre el gesto de María: no
protestaba porque le importaran los pobres “sino porque era un ladrón, y como
tenía la bolsa llevaba lo que iban echando”.
El evangelista nos descubre que, ya antes
de la cena, Judas, esclavo de la ambición y la avaricia, había dado cabida a
Satanás en su corazón. Ahora, durante la cena surge el terrible momento de
sacar a la luz pública lo que todavía estaba oculto en la intimidad. Jesús,
tratando de rescatar a Judas, le entrega un trozo de pan untado en señal de
amistad. Paradójicamente, el gesto de Jesús precipitó el proceso de alejamiento
de Judas. Judas abandona a Jesús y a los suyos: salió inmediatamente. Era de
noche.
Una vez que Judas abandona la sala, Jesús
interpreta su propia pasión y muerte como un camino hacia el Padre. Pedro no
capta el sentido de la marcha de Jesús y no entiende cómo no le puede acompañar
en el viaje, por peligroso que sea: “Señor, por qué no puedo acompañarte ahora?
Daré mi vida por ti”. El seguimiento del cristiano y la entrega de la vida no
entran dentro de las posibilidades humanas sino que son consecuencia de la
iniciativa del Padre y de la entrega de Cristo.
MIÉRCOLES SANTO. 23 de marzo
Mt
26, 14-25 El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero ¡ay del que va a
entregarlo!
El
pasaje evangélico de hoy vemos a Jesús
que avanza hacia la muerte. Él ha
dispuesto todo lo necesario para la celebración de la cena pascual, eligiendo
el lugar de la celebración en la Ciudad santa. Conforme a lo previsto por él,
se reúne con su nueva familia de discípulos; con esta familia inaugurará una
nueva alianza sellada con su sangre.
Durante
la comida, Jesús explica a los suyos, mediante gestos y palabras, el sentido de
un nuevo éxodo, de una nueva pascua, y de una nueva y eterna alianza referidos
a su propia muerte.
Él
conoce todos los detalles del complot que han tramado sus enemigos para llevarle
a la cruz, pero muestra que no son los enemigos quienes llevan la iniciativa,
sino que su entrega es voluntaria, en obediencia a un plan de Dios manifestado
en las Escrituras. Con pleno dominio de la situación se dirige a los discípulos
para anunciarles el destino que le aguarda. Identifica al traidor en tres
declaraciones: la primera la hace Jesús “mientras comía”, con dolor y firmeza.
Todos los discípulos debieron quedar sobrecogidos y consternados, incluido el
traidor. La segunda declaración es respuesta a las preguntas de los once
discípulos inocentes. La declaración de Jesús termina con un lamento en el que
se pone de relieve la gravedad de la traición. Jesús se entrega libremente, su
entrega será redentora; pero el mal es el mal y en la vida no todo vale: hay
cosas por las cuales más valdría no haber nacido. La tercera declaración es una
respuesta individual a la pregunta del traidor. Éste, para no ser delatado por
su propio silencio, pregunta si es él, y Jesús responde sin ambages: “Así es”.
Oída la respuesta, el traidor abandonó espiritual y físicamente a Jesús y a su
comunidad.
Sin embargo, no podemos olvidar que “En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar por Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada” (MV 22).